LA ANSIEDAD, LA ESPERA
Y EL CORONAVIRUS
Por Alasdair Groves / 11 de Marzo 2020
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Escribir sobre los
eventos mientras están sucediendo es siempre un poco peligroso. Es fácil
alentar reacciones exageradas y reforzar el pánico inútil en nuestros
corazones. Dicho esto, el coronavirus COVID-19 nos da la oportunidad de pensar
en cómo respondemos a la ansiedad. Específicamente, quiero pensar en cómo
podemos manejar la tensión particular de la ansiedad que viene cuando estamos
esperando una amenaza que se desliza hacia nosotros y vemos su “aleta visible” acercándose
sobre la superficie. Afortunadamente, las Escrituras conocen íntimamente el
miedo al peligro inminente y le hablan repetidamente.
Así que aprovechemos
esta ocasión para refrescar nuestra memoria colectiva sobre cómo la Escritura
navega este particular remolino dentro de la gran corriente de ansiedad. ¿Cuál
es nuestro consuelo cuando una amenaza significativa se avecina, pero aún no ha
llegado? Veamos una parte desconocida de un pasaje familiar del Antiguo
Testamento para que nuestras mentes se muevan en la dirección correcta.
Esperando para sumergirse en la
inundación
Después de salir de
Egipto, el pueblo de Israel vagó por el desierto durante décadas. Cuando
finalmente llegaron a la puerta de la tierra prometida, se enfrentaron a un
último obstáculo para entrar: el río Jordán. Ya sabes cómo va la historia. Los
sacerdotes llevan el arca al río y, una vez que sus pies se mojan, las aguas se
separan y la gente camina por tierra seca. Dios repite la milagrosa provisión
de liberación que sus padres habían experimentado una generación antes en el
Mar Rojo.
Lo que podemos pasar
por alto fácilmente es un pequeño detalle en los dos primeros versos del
capítulo 3 de Josué, y es este:
Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de
Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes
de pasarlo. Y después de tres días, los oficiales recorrieron el campamento. (Jos
3:1-2)
¿Qué se siente al
sentarse en su tienda de campaña viendo pasar un río en fase de inundación
(3:15)? ¿Qué se siente al ver a sus hijos jugar afuera, sabiendo que de alguna
manera van a tener que cruzar este río congestionado, oscuro por el sedimento
agitado por la inundación? ¿Qué se siente al mirar a sus ovejas, burros y las
preciosas reliquias que trajo desde Egipto y que representan los ahorros de
toda su vida, y preguntarse si podría perderlo todo? ¿Qué se siente al saber
que Dios te llama a seguir adelante, que promete estar contigo, pero que todo
lo que puedes ver en realidad es un río cuya profundidad no conoces, pero de
cuyo poder fatal puedes estar seguro?
Es un paralelismo fácil
de hacer para nosotros hoy, ¿no es así? Un virus se está filtrando a través del
mundo y ha llegado a nuestras costas, y no sabemos lo traicionero que va a ser.
Dios nos está llamando a seguir adelante en el amor al prójimo y el servicio a
su reino, pero todo lo que podemos ver son superficies públicas potencialmente
cubiertas de gérmenes y vecinos que pueden ser vectores ambulantes de
enfermedades.
Debido a estos
paralelismos entre entonces y ahora, es sorprendente reflexionar sobre lo que DIOS
NO HIZO EN EL JORDÁN. Él podría haber recogido a su gente en un poderoso
torbellino y depositarlos en el lado más alejado del río en el momento en que
llegaron allí. Pudo haber dividido el Jordán para que estuviera esperando
cuando llegaran, tal vez con la tierra seca y una dispersión de hierba y lirios
en el centro del camino de la gente. Podría haberles pedido, pero no lo hizo,
que simplemente cruzaran nadando y flotando, asegurándose de que todos llegarían
a salvo y que cada oveja y cada aro de oro estuviese intacto. Estas habrían
sido formas igualmente milagrosas e igualmente efectivas de llevar a sus hijos
a su nuevo hogar.
En cambio, Dios eligió
que su pueblo esperara y observara el diluvio, invitándolos a confiarle todo lo
que significaría cruzar ese diluvio.
Esperando bien
Dios a menudo nos llama
a esperar en presencia de nuestros enemigos, ¿no es así? A menudo viene en
nuestra ayuda más tarde, y de diferentes maneras, de lo que nos gustaría. Lo
que más nos gusta es escuchar las historias sobre rescates dramáticos e
increíbles milagros de rescate de situaciones extremas. Pero lo que más nos
gusta es experimentar historias en las que Dios provee de forma aburrida,
segura y predecible, como cuentas bancarias llenas, buena salud, éxito en el
ministerio de bajo riesgo con gran aceptación de la congregación, etc.
Dios sabe que
necesitamos que se nos recuerde nuestra dependencia de Él una y otra vez
mientras vivamos. Pocos recordatorios son más vívidos o viscerales que la
espera por la inundación de los ríos. O pasar noches en la guarida de un león.
O mirar por momentos de paro cardíaco para ver si Jerjes extendería su cetro. O
esperar en el Huerto de Getsemaní mientras tu rabino derrama su alma y sudor en
una angustiosa plegaria, sabiendo que hay hombres peligrosos que quieren
arrestarlo a él y a ti. Dios sabe que estos recordatorios de nuestra
dependencia son aterradores y nos ponen profundamente tensos (incluso cuando
las cosas resultan bien al final). Por eso nos muestra que podemos confiar en
él y esperar en él. Ha sido el ayudante de su pueblo una y otra vez a lo largo
de los milenios, y nos ayudará ahora sin importar lo que venga.
Entonces, ¿cómo podemos
esperar bien, específicamente frente a una pandemia mundial? Ciertamente no
pretendiendo que todo estará bien. No sabemos si COVID-19 terminará siendo un
inconveniente menor para nuestra cartera de acciones, o si terminaremos en una
zona de cuarentena, o nos enfermaremos, o perderemos a un ser querido. Esperar
bien ante nuestra ansiedad por un peligro inminente significa tomar en serio la
realidad del peligro. Nuestro Dios toma nuestras vidas y nuestros sufrimientos
muy en serio, y "no trae voluntariamente a nadie aflicción o dolor"
porque se preocupa por nosotros y por las cosas que cuidamos (Lam 3:33). Y
cuando nos llama a ir por las aguas profundas, se asegura de que no se
desborden los ríos de la pena, porque "aunque traiga consigo la pena,
mostrará compasión, tan grande es su amor inquebrantable" (Lam 3:32-33).
Concluiré con un último
pensamiento sobre cómo tú y yo podemos esperar en las orillas de este río,
aunque su caudal se esté incrementando:
Derrama tus ansiedades
a tu Padre en el Cielo. ¡No te agites inútilmente dentro de tu propio corazón
con preocupaciones sobre el cierre de escuelas, planes de viaje, crisis
económicas, o las superficies potencialmente infectadas que has tocado! Cuando
tengas miedo, acude a Él. Echa tus ansiedades sobre Él, porque Él se preocupa
por ti. De hecho, deja que el lavado o frotamiento de las manos se convierta en
un momento en el que conscientemente confíes en sus manos el futuro de todos
los que te importan.
Pasar nuestro tiempo
haciendo estrategias frenéticas sobre cómo cruzar el río inundado es tan
instintivo, aunque también es tonto e innecesario. Así que lávate las manos, y
haz lo que sea prudente acerca de trabajar desde casa, o llamar a tu médico.
Pero no te permitas olvidar ni por un momento dónde está tu verdadera
seguridad. Después de todo, no sabes lo que el mañana te traerá, pero sí
conoces a aquel que reparte ríos furiosos... y que ya ha dividido el peor río por
ti, ¡bloqueando su flujo con su cruz empapada de sangre! Ese último cruce lo
encontrarás ya abierto y esperándote. Y en el otro lado de ese río no temerás y
no esperarás más.